Releyendo a José Carlos Becerra, o mejor dicho, leyéndolo por primera vez –las primeras lecturas nunca se me graban- descubro a un poeta de múltiples pasillos y salidas. Quizá decir esto no implique mucho para quien lo ha leído y estudiado con mayor pericia, pero para mí es un suceso cercano a las revelaciones divinas. Becerra continúa donde otros se atoran –iba a decir “donde yo me atoro”, pero podría malinterpretarse, como se malinterpreta casi todo lo que digo-. No teme a la recurrencia, las frases comunes que en sus versos se elevan al rango de lo extraordinario. Sabe dónde están sus errores, pero no los corrige, al contrario, les da una cierta continuidad casi paternal hasta que son los mismos errores los que corrigen el camino. Al menos, esa es la última impresión que he tenido de su lectura. Ya no diré más, tengo la extraña sensación de haber dicho puras tonterías, ya no diré más.
(Noche )
Un secreto puede funcionar como una desgracia o como un amuleto. Un secreto guardado se pudre. El amor es enemigo del secreto. Un secreto compartido es un acto de fé, y es un acto suicida.
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¡Qué maravillosa distracción es la vida! Se entretiene uno tanto en ella que olvida prontamente sus propósitos fundamentales.
Algunos arrojados hablan de la vida como si la tuvieran, o la conocieran, o de menos la hubieran visto, hacen lo mismo cuando hablan sobre el alma o el espíritu.
Las cosas invisibles, sin espacio ni sitio, están y son, sin condición alguna. Yo no he visto siquiera el alma, ni el espíritu ni la vida. Tengo apenas en la cabeza -¿estará realmente en la cabeza?- una idea; y la vida y el alma y el espíritu ¡qué diablos tienen que ver con una idea!
¡qué maravillosa distracción resulta escribir! Tan maravillosa como el alma o el espíritu o una idea. Como la vida.
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