viernes, 15 de agosto de 2008

insoportable hedor a carroña


Hay una especie de carencia interior, de multitud pequeña y misteriosa que guardamos dentro y que tanto tememos enfrentar. Beto Cañez, quien ha sido considerado por más de uno como esa especie casi extinta de sofista idiota –eso me dijo alguna vez- tuvo, quizá a fuerza de buena voluntad, que confesarme su interpretación de esa pequeña multitud interior que me obsesionaba. Estábamos sentados en el café de siempre, platicando las mismas cosas insulsas de siempre y de repente lo soltó, como un disparo: “hay dentro de mí una estructura infinita, la cual, obviamente, jamás acabaré de recorrer. Un castillo similar al que erigieron los trogloditas sobre la fuente eterna de la vida -ya sabes, aquel viejo cuento de Borges- y así voy dentro de mí; lleno de pasajes y corredores con albañales imposibles y altísimas ventanas inútiles. Siempre me pierdo, como se pierden todos aquellos que buscan con afán en sus castillos interiores. Pero el tiempo es sabio, dicen los que lo conocen, o lo han padecido. Yo no lo conozco, pero lo entiendo, y a veces la vejez nos va ofreciendo mapas metafísicos de nuestros castillos internos. Así es como he podido descubrir que guardo dentro de mí extrañas habitaciones, algunas más cómodas que otras, pero también pasadizos secretos, mazmorras, salas de tortura, oscuras bibliotecas que jamás pensé que poseía… no soy un castillo desolado, aquí dentro habita una nutrida multitud diminuta que me subsiste y da mantenimiento, de lo contrario, hubiera muerto con el primer llanto.
Quienes buscan afanosamente en su castillo interior –ya lo he dicho-, deben lidiar con esa multitud diminuta, y atenerse a las consecuencias. No cualquier palurdo logra o se atreve a explorarse a sí mismo y entenderse con su multitud interna. Los santos, los filósofos, los locos, los idiotas. Ellos son los más aguerridos en la empresa. No te sorprenda –como a mí ya no me sorprende- que más de un ser pequeño me califique de santo, filósofo, loco o idiota, este último los más; y no hay gratuidad en los calificativos. He dedicado toda mi vida al viaje infinito, pero sé -y eso me llena de tristeza- que hay un calabozo más profundo, al cual no podré llegar nunca, porque justamente, apenas me acerco, me repele un insoportable hedor a carroña.”

No hay comentarios: