viernes, 13 de noviembre de 2009

Alphonse

La primera vez que entré a una biblioteca tenía quince años: tomé un libro al azar, era un tratado sobre el suicidio. Aun persiste en mí el estremecimiento que me produjo el caso de Alphonse, un adolescente que no fue a la escuela porque tenía fobia a la gente (desconozco si en el siglo XVIII ya existía el término para designar esa fobia), sus padres le permitieron el encierro voluntario. En su habitación se dedicó exclusivamente a mirar la ventana, tocar a veces las notas altas de un piano y acariciar a su chango (no es albur, Alphonse tenía un chango como mascota). Si mal no recuerdo, Alphonse se colgó poco antes de cumplir los quince, junto con su chango –ahora sí, atendiendo al albur, podríamos decir que terminó por ahorcar al chango-.

Lo único que escribió en su vida fue una nota breve que en el último párrafo decía “la vida para mí es como un embudo, que poco a poco ha terminado por ahorcarme”
Nadie supo jamás qué clase de melancolía padeció Alphonse. Hasta el día de hoy sigo especulando.

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